El aparcamiento del hipermercado (microrrelato procedente de
HASHIMA: Historias de La Espiral y otros relatos)
En el solitario aparcamiento a cielo abierto del hipermercado quedó tirado, en el descuido de alguien, un paquete grande de azúcar, rajado.
Nadie regresó a reclamarlo, lo echó en falta o pasó a buscarlo, ni tampoco el personal al cargo del establecimiento que lo vio se tomó la más mínima molestia de retirarlo; solo, siguió echado, vertiendo su contenido a través del papel, mortalmente herido.
A la caída de la tarde, venida con el transcurrir de las horas, se levantó un viento que esparció los gránulos blancos por el negro pavimento.
Firmamento de dulces estrellas, espejo de las que la noche revela.
Microrrelato procedente de HASHIMA: Historias de La Espiral y otros relatos
Sin título
Era incapaz de salir, pues los muros se desplazaban y por entonces obstruían la puerta.
Su vivienda implosionaba, estaba atrapada.
Desesperadamente corrió a asomarse por el resquicio de una ventana ya casi consumida por la casa, y con un alarido desesperado pidió ayuda.
Fue en vano.
Ni esos vecinos a los que no conocía y con quienes no hablaba, ni su familia, ni amigos, ni nadie, se percató de que su apartamento había desaparecido con ella dentro, comprimido por un nuevo inmueble que ahora ocupaba ese espacio, con un cartel en el que se leía: “se alquila”.
Institutriz y Bujía (es el microrrelato número 24 de Ciento cuarenta cuentos de ciento cuarenta caracteres)
Los peores temores de los niños se confirmaron el día en que a la severa institutriz empezó a salirle humo del cuerpo, a causa de una bujía defectuosa.
A despecho de que su sustituta se mostró asaz más afable, las semillas de la desconfianza ya estaban plantadas en los críos.
Institutriz:Educadora que enseña en el hogar.
Bujía:Pieza de un tipo de motor. La institutriz es alguna clase de robot, al menos la primera de ellas…
Microrrelato nº 24 de Ciento cuarenta cuentos de ciento cuarenta caracteres
Los años, por Annie Ernaux
Reseña
Annie Ernaux habla sobre Annie Ernaux en un libro (que no novela), escrito en un momento en el que la autora rondaba la setentena; realidad que cubre a su artefacto de principio a fin de una inevitable mortaja de melancolía.
Me hace gracia imaginármela disfrazada de Escarlata O´Hara a la caza de un remedo de esa magdalena proustiana que parece perseguir con ahínco y sin esconderse; corriendo tras su elusiva estela con una taza de té tintineando sobre su platillo, en la cual mojar los recuerdos para imbuirlos de esa pátina de trascendencia que la conduzca Por el camino de Swann.
Pero sus evocaciones no conmueven, se pierden por el camino al sistema límbico, y carentes de memoria olfativa regresan por donde vinieron hasta posarse en unas manos de autómata que se dedican a enumerar los hechos históricos, las vivencias y las anécdotas personales, con el mismo arte con el que se redacta la lista de la compra para uno de esos agobiantes Carrefour tan prosaicos, y faltos de tacto, con la poesía que pretende sea su vida.
Rescato un pasaje que me gustó bastante; el único, me temo:
«A cada momento del tiempo, junto a lo que la gente considera natural hacer o decir, junto a lo que hay que pensar por prescripción de los libros, de los carteles del metro o hasta de los chistes, están todas las cosas sobre las que la sociedad guarda silencio y no sabe lo que hace, condenando al malestar solitario a quienes sienten cosas que no pueden nombrar. Silencio que se rompe un día, bruscamente, o poco a poco, y unas palabras se superponen a las cosas por fin reconocidas, mientras se forman de nuevo, debajo, otros silencios».
3,5/10